Cualquiera que sea su parentesco, la belleza, en su desarrollo supremo, induce a las lágrimas, inevitablemente, a las almas sensibles.
EDGAR ALLAN POE

domingo, 10 de junio de 2012

A la orilla del silencio

Era 28 de enero y su mirada se conjugó con el ocaso, se cubrió con la garúa y siguió caminando. Bisbisaba una canción melancólica y tras sus pasos dejaba una caricia, tras sus pasos el mundo moría, tras sus pasos todo se escapaba de mi ser. Las luces de la ciudad iluminaban nuestro espacio y el sonar crudo de los coches malgastaba su voz, se quedó en silencio y miró al cielo. Le cogi fuerte de la mano y sentí la frialdad reflejada en ella, murmuré en su oido una frase que no quiero recordar, ella me miró y no fue mas ... siguió caminando

Era

Era la sombra de una historia triste reflejada en sus ojos color café, era mi voz clamando por auxilio y su regazo mi refugio en las noches de soledad era su voz, su risa intensa. Era mi paz cada tarde en ese sucio muladar, era mi ambrosía, mi cicuta; era mi tempestad, mi calma; mi Abigail, mi silencio pausado en mis momentos de éxtasis, mi locura en mi calma mas lejana; era el color de mi matiz opaco, era mis ganas de seguir. Era... y simplemente dejó de ser y simplemente núnca fue... Las estrellas se pierden en el firmamento... Pro vita sua.

Su miedo a ser Izumi

Se refugió en mi libro a medio leer, y se encerró en la historia de los Gatos Antropófagos, caminamos por las calles a media luz y sus ojos solo describían: "Izumi era diez años menor que yo. Nos conocimos en una reunión de trabajo. Desde el primer momento quedamos prendados el uno del otro. En esta vida pasa a veces, aunque muy pocas. Nos vimos en tres o cuatro ocasiones, siempre por cuestiones laborales. Yo fui a su empresa, ella vino a la mía. Por más que diga que nos vimos, nunca fue por mucho tiempo, tampoco estuvimos nunca a solas. Ni tocamos ningún tema personal. Pero, cuando terminó el trabajo, me embargó una profunda tristeza. Me sentí como si me hubieran arrebatado de forma injusta algo que me era imprescindible. Era un sentimiento que hacía tiempo que no experimentaba. Posiblemente a Izumi le ocurriera lo mismo. Una semana después, ella me llamó a la empresa por un asunto laboral sin importancia. Charlamos un rato. Yo bromeé y ella se rió. Y la invité a tomar una copa. Fuimos a un pequeño bar y charlamos mientras tomábamos algo. Casi no recuerdo de que hablamos en aquella ocasión. Pero los temas de conversación fueron surgiendo, uno tras otro, con una facilidad asombrosa. Cualquier tema nos parecía interesante, hubiéramos podido seguir conversando hasta la eternidad. Yo entendía con una claridad meridiana lo que ella quería decirme y, aquello que yo nunca había logrado explicar bien a los demás, a ella se lo podía transmitir con una precisión pasmosa. Ambos estábamos casados, ninguno de los dos nos sentíamos especialmente insatisfechos con nuestra vida matrimonial. Ambos queríamos a nuestros cónyuges y los respetábamos. Sé por experiencia que, en la vida, sólo en contadísimas ocasiones encontramos a alguien a quien podamos transmitir nuestro estado de ánimo con exactitud, alguien con quien podamos comunicarnos a la perfección. Es casi un milagro, o una suerte inesperada, hallar a esa persona. Seguro que muchos mueren sin haberla encontrado jamás. Y, probablemente, no tenga relación alguna con lo que se suele entender por amor. Yo diría que se trata, más bien, de un estado de entendimiento mutuo cercano a la empatía. Luego, Izumi y yo volvimos a vernos, tomamos una copa, hablamos. Su marido solía regresar tarde a casa por cuestiones de trabajo, así que ella podía disponer de su tiempo con una relativa libertad. Cuando hablábamos, las horas se nos pasaban en un santiamén. A menudo, al mirar el reloj, nos dábamos cuenta con sobresalto de que se acercaba la hora del último tren. Siempre me costaba dejarla. Hubiese querido hablar más, y a ella le sucedía lo mismo. Después nos acostamos. Sucedió con la mayor naturalidad del mundo, sin que ninguno de los dos lo propusiera. Tanto para ella como para mí era la primera relación sexual que manteníamos fuera del matrimonio. Pero no nos sentíamos culpables por ello. Porque necesitábamos hacerlo. Desnudarla, acariciarla, abrazarla, penetrar en ella y eyacular era una parte más de nuestras conversaciones. Era tan natural que , si bien no tuvimos sentimiento de culpabilidad, tampoco nos produjo un placer carnal de aquellos que desgarran el corazón. Era un acto tranquilo, agradable y sencillo. Lo más maravilloso eran las conversaciones que manteníamos apaciblemente en la cama después de hacer el amor. Eran unos momentos inapreciables. Entre las sábanas, abrazaba su cuerpo desnudo, ella se acurrucaba entre mis brazos y, en una voz tan queda que sólo nosotros podíamos oír, hablábamos de cosas que únicamente nosotros entendíamos. Nos veíamos siempre que teníamos ocasión. Quedábamos, tomábamos una copa, hablábamos y, si nos sobraba tiempo, nos acostábamos y, si no, nos despedíamos. Tanto nos daba una cosa como la otra. Sorprendentemente (o quizá no lo sea en absoluto), estábamos convencidos de que era posible mantener esa situación de forma indefinida. Es decir, que creíamos que nuestro matrimonio era nuestro matrimonio y que la relación entre ella y yo podía existir de una manera paralela, sin que se produjeran interferencias entre ambas circunstancias. Porque nosotros estábamos convencidos de que nuestra relación no iba a influir en nuestra vida matrimonial. Cierto que manteníamos relaciones sexuales, pero ¿qué daño hacíamos a los demás con ello? Cierto que cada noche que veía a Izumi llegaba tarde a casa y tenía que mentirle a mi mujer, y eso me hacía sentirme culpable. Pero, en realidad, nosotros no traicionábamos a nadie. La relación entre Izumi y yo, si se me permite la expresión, era una comunicación total en aspectos limitados de la vida...” -¿Te pasa algo? -...No... nada -Dime, estas muy...callada -Creo que es el libro... -Mmmmm... ¿Qué tiene el libro? te vi muy enganchada a él... -No lo sé... -Dime... no tienes que callar... -¡Ah! me sentí muy identificada con Izumi... no quiero terminar como ella... -¿Cómo?... ¿Desaparecer? -...Algo así... me dejó intrigada, ¿Por qué desapareció? -No lo sé... vamos, tampoco seré Murakami... jajaja... no te dejaré escapar, no tengas miedo -No, no tengo miedo... -Bueno... Al final de la plática un beso y ambos tomaron caminos distintos....

martes, 5 de junio de 2012

Historia de interlunio

Ella apareció en su vida una tarde, cuando todo el mundo parecía haberse puesto en su contra. Dulce, con su sonrisa de ensueño y esos bellos ojos marrones que lo atraparon para toda la vida. Jamás creyó que las estrellas del firmamento morían, pero parecía que con el solo hecho de verla, las miles de galaxias desaparecían. Ella fue su amiga y le enseñó que el dolor mas agudo no es el de la carne, sino el de la lúgubre indiferencia. Ella fue perfecta, fue el ángel que esperaba; se jugó el silencio cierta mañana por verlo feliz, él le dijo "no podrás", ella atinó simplemente a abrazarlo. Ella golpeó su rostro una vez y él la amó una vez mas. Caminaban por las calles homogéneas de la ciudad y pintaban cada pared con sonrisas; ella lo tomaba de la mano, él jugaba con su cabello y disfrutaba cada segundo a su lado. Un bosque los protegió de la luna y fue su complice cuando de huir del mundo se trataba. Dormían en las nubes, viajaban en el lomo de un caracol... escuchaban las historias del viento, despedían al crepúsculo y al sol. Nada parecía estar mal, ni el letargo que vivían juntos cada mañana; la estación era su reino, un abrazo eterno y su pupilas conjugadas decían no te vayas... luego tenuemente ella decía "te odio... me engries demasiado", él sonreía y por dentro su corazón rebozaba de alegría. Así los días pasaron, entre risas y silencios, así él se suicidó en sus labios y lentamente ella se alejó. Al final de sus vidas él se resignó a perderla, pero en el adios, ella besó su voz por ultima vez... él vivió condenado y ella, su ángel, abrió sus alas y hechó a volar.

La Escuela de Atenas

La Escuela de Atenas

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